Sunday, October 4, 2009

4: Tierra y gente y el Río Napo

Yo siempre tenía muchas ganas de ver la selva amazónica. Otro viaje en bus nos trajo lejos de las montañas, y entramos el verde mundo de la selva. Palmas y plátanos pasaban por la ventana, y una película de acción con the Rock (la Roca) estaba en la televisión del bus.

Yo hablé con el arquitecto a mi lado, y Corey habló con alguién sobre el programa los Simpsons. Yo aprendí que esa catedral en Quito era la última que se construyó en Sudamérica. Corey, por su parte, aprendió que los Simpsons son sumamente populares en Ecuador.

Corey y yo nunca nos sentábamos juntos en los buses. Era mejor platicar con otra gente.

Cuando llegamos a la ciudad de Coca, también llamada Puerto Francisco de la Orellana, decidimos viajar en barco por el río. ¿Por qué no? Era barato comprar boletos porque ese barco basicamente era un bus del río, llevando a la gente a sus pueblos en la selva.

Yo me senté con adultos, niños, gallinas, un agente de policía, y el Gran Gigante Rojo por doce horas mientras el barco viajaba con la corriente del Río Napo. Era un día largo. Me gustó arrastrar la mano en el agua fresca del río.

Afortunadamente, conocimos a dos personas amistosas, Federico el argentino, y Paola la ecuatoriana. Eran varios años mayores que nosotros, e iban a visitar a un viejo amigo en Nuevo Rocafuerte. Por suerte, Paola nos invitó a hospedarnos en la casa de Don César. Si ella no hubiera hecho eso, Corey y yo habríamos tenido que acampar en el césped en frente del edificio de la policía. No habría sido muy chévere.

Desafortunadamente, alguién en el viejo barco preguntó dónde estaba el basurero, y el agente de policía respondió- Allá, el río es el basurero.

Pañales, botellas, y basura de todos tipos se arrojaba desde el barque al río. Me sentí triste, pero así era la realidad, y el río era el basurero.

Cuando se puso el sol y la selva se convertió en una oscuridad grande, alguna gente trató de encontrar su casa en la orilla del río. El conductor del barco pensó que estábamos cerca del sitio, pero no sabía por seguro. No era fácil navegar un río oscuro. No lograron encontrarlo, porque no había luz en su pueblo. Ellos tenían que seguir con nosotros a Nuevo Rocafuerte, donde había luz y electricidad hasta las diez de la noche.

Pasamos tres días con Federico, Paola, y Don César y su familia. Nos hospedamos en la casa bonita de Don César, y su esposa cocinó una cena maravillosa. El pescado del río y los plátanos fritos, llamados chifle, eran extra-sabrosos porque durante todo el día, Corey y yo no habíamos comido nada, ni una bocadita de pan que nos ofrecían Paola y Federico. No sé porque negabamos su oferta, realmente, pero me consta que valió la pena.

Y todos nosotros fuimos a acampar el día siguiente, ¡como una familia! Don César nos llevó en su canoa con motor, y acampamos en la selva. Fuimos de natación en el río, cuyos aguas eran calientes y oscuras, como muchísimo té negro. Yo vi delfines del río nadando. Ellos eran una familia también, y estaban pescando.

Corey y yo intentamos pescar también. -Pero no quiere; el pescado no quiere comer- dijo Don César, un hombre viejo y muy sabio. Él hizo sonidos curiosos para llamar a los cocodrilos. ¡Uno respondío con un gruño! Él fue el único quien atrapó pescados para la cena, y fue otra vez un banquete rico como tuvimos en su casa. Debajo de la luna, Corey y Federico cantaron canciones de Shakira y Guns n Roses.

Hicimos café usando el agua del rió Napo, lo cual ya estaba color café. Después de hervir el agua y agregar el nescafé, olía muy bien. Yo puse una grande cucharada de azúcar en mi taza de café, pensé un momento, y agregué dos cucharadas más. Me gustaba café dulce.

Los demás estaban sentados en el suelo para comer. Corey echó salsa picante encima de su pescado y arroz. Federico probó un poco de la salsa, que se llamaba ají. Súbitamente empezó a toser. -¡Dame agua! Eso no es ají, ¡es veneno!
Él vio cuánto ají estaba en el plato de Corey y le advertió- ¡Tú vas a morir, amigo! Te vas a morir!

Corey comió todo con hambre y sonrió. Yo solo puse un poco de salsa de ají en mi plato, pero Federico tenía razón- ¡era tan picante como veneno! Yo tomé un sorbo de mi café para aliviar el ardor del ají. Lo escupí con asco. Yo tenía vergüenza, ¡porque le había echado un montón de sal en vez de azúcar! Te digo que eso no sabe muy bien en su café.

La próxima mañana, yo buscaba lombrices en la tierra con Don César para utilizar como cebo en la pesca. Él utilizaba el machete como una pala para excavar la tierra. De repente yo encontré una piedra curiosamente curvada. Don César explicó que era arcilla anciana. -De los tiempos antiguos. Es arcilla horneada, y es muy duro. Se dice que trae suerte.

-Sí- dijo Paola -pero también puede ser mala suerte. Por ejemplo, tú puedes ser un jaguar en la vida siguiente.

Ese mala suerte no me pareció tan mal. Guardé el pedacito de tupperware antiguo en mi bolsillo. Por el resto del día, Don César nos enseñó los rumbos de la selva. Había hormigas que tenían sabor a limón, agua pura que salió chorreando de una especie de planta, y madera muy resistente que era buena para la construcción de casa. Don César conocía todo de la selva; era su hogar.

Paola también nos enseñó sobre la biología de la selva. Lo increíble era su sabiduria de este tema ¡en como cinco idiomas! Ella era experta sobre animales silvestres como loros, lobos del río, los delfines del río, y más. Ella sabía los nombres para un millón de especies en español, inglés, francés, portugués, y quechua.

De vez en cuando, mientras seguimos a Don César por la selva verde, Federico nos daba pruebitas de gramática en español. <> , las llamó en ingles. Enseñó a Corey las palabras tronco, palo, leña, y madera. Él la preguntó a Corey -Amigo, ¿cuáles son las palabras que hemos aprendido hoy?

-¡Troncopaloleñamadera!- gritó Corey, feliz con si mismo.

-Muy bien, mi pequeño saltamontes- dijo Federico con una sonrisa amable- Estás aprendiendo rápido. Ya hemos terminado con los <>.

Era la noche de viernes cuando volvimos a Nuevo Rocafuerte. Y por eso, hubo un baile en la Choza. Afuera había la luz de la luna y de las luciérnagas flotando en el aire. Dentro de la Choza, la música era fuerte y Corey bailaba como un loco. Federico lo miraba bailar como un pollo sin la cabeza y se reía. Yo bailé con la abuelita, la esposa de Don César. A las diez de la noche en punto, la música y las luces murieron. Entonces se prendió un generador afuera, y el baile siguió.

En la madrugada, Corey y yo tuvimos que salir en el barco. Mientras esperábamos en el muelle, Don César dijo que tendríamos que regresar algún día. Y nos recordó - No se olviden de nosotros, sus amigos en Nuevo Rocafuerte.

El viaje de vuelta a Coca, o Puerto Francisco de la Orellana, duró casi una eternidad. Tal vez dos eternidades. El barco tuvo que ir contra la corriente del río esta vez. Sin embargo, yo estaba alegre. Yo leí un poco de mi librito, Lo Mejor de Don Quixote, y admiré las nubes. El sol se hundió en la selva distante. Corey y yo estábamos logrando las metas, de que eran dos. Estábamos conociendo la tierra sudamericana, y también conociendo a la gente de esa tierra.

A veces creo que mi suerte nunca falla. Saqué del bolsillo mi pedazo de arcilla antigua. Me gustaba que por el capricho de un amigo, yo y el otro curioso estábamos aquí en el ombligo del mundo, conociendo a la tierra y a su gente.

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