Sunday, October 4, 2009

6: La locura del bus

Una vez, mi amigo y yo nos fuimos del Ecuador.

En uno de los viajes de bus más largos de todos los tiempos, yo fui desde el sur del Ecuador hasta el norte del Perú. Afuera del bus, era un día gris. El clima en la costa siempre parecía estar húmedo y un poco oscuro por la capa de nubes grises. Era el invierno en ese tiempo. Me encantaba la vista, la brisa, y la gente en bici y motocicleta afuera.

Por suerte, o por la gran confusión del mundo entero, yo conocí a varias personas interesantes mientras el bus iba hacia el sur. Hubo un viajero que era un avenutero interesante, y por eso no me gustaba mucho. Supongo que yo tenía celos de él. Él era de Bélgica. Hablaba cinco idiomas a la perfección. Su pasaporte tenía los sellos de muchísimos paises. Y tenía una barba chévere. Me faltaba una de aquellas.

Había otro viajero, y éste era de Tejas. No me acuerdo de su nombre, porque él era mil veces más aburrido que cualquier otra persona. El tejano se acostó en su silla con los auriculares blancos de su iPod metidos en sus orejas. Él no veía las hojas verdes de los plátanos por las ventanas, no escuchaba la conversación alegre de la gente del bus; realmente no estaba vivo por la duración del viaje en bus.

Qué lastima. Corey y yo fuimos los pobres víctimas de una larga conversación con dos mujeres, y después de dos otras viajeras.

Primero había Paula, una mujer bonita, con una cara que me recordaba de un oso de peluche. Ella viajaba con la anciana Verónica, quien pudiera haber sido su abuela. Ellas no dejaban de interrogarnos. - ¿De dónde son ustedes? ¿Cómo se llaman? Dónde aprendieron español? ¿Qué van a hacer en el Perú? ¿Dónde están sus novias? ¿Cuánto tiempo llevan aquí?

Más tarde estaban preguntando -¿Por qué no vienen con nosotras para trabajar en Santiago, Chile?

En ese momento Tifani y Ambar, dos otras viajeras que parecían ser mujeres, también intentaron convencerme a ir a Chile para trabajar. -¡Chile, Chile, Chile!- estaban gritando. Tifani era una persona alegre; había estado riendo desde el principio de ese viaje. Antes, yo no sabía de dónde venía la risa en tono alto, pero luego averigüé que venía de la mujer con cabello trenzado y con ojos color morado.

Tifani me miro y guiñó uno de los ojos violetos. También sopló un beso hacía Corey y mí. Nunca se sabe a quien uno puede conocer en un bus. Estas situaciones solamente parecían hacerse más y más absurdas. De vez en cuando Tifani decía en una voz ridícula la única frase que conocía en ingles- ¡look at my hair! Ambar no hablaba mucho. Su actividad preferida era desaparecer por un rato y volver llevando nueva ropa.

Después de horas innumerables, una joven empleada del bus vino para servir una cena a los pasajeros. Ella llevaba un delantal verde. Estaba ocupado con cargar comida para todos, pero parecía una persona simpática. -Ay, niña, ¿puedes tocar un poco de bachata en la radio? Esta música es tan fea…- le preguntó Paula en un tono suplicante. La joven asintió con la cabeza, pero no vino la música que Paula tanto quería escuchar.

Tifani y Ambar eran mujeres, pero era evidente que no habían sido así siempre. No nos explicaron mucho, pero antes ellas eran ellos. Así fue que por una eternidad en el bus, ellas dos nos interrogaron con Paula y Verónica. Tifani y Ambar preguntaron las preguntas más incómodos. Intentaron averiguar quien tenía zapatos más grandes.

Paulo miró por la ventana. Ya era otra noche oscura y húmeda en la costa del continente sudamericano. Ella dijo -Mira, ¡‘ta feo! Yo apuesto que haya leones allá fuera.-

-Sí- dijo Verónica de acuerdo con Paula. -Yo tendría miedo de pasear allá. Pero no tendría miedo si alguién como ustedes estuviera conmigo. Para defenderme de los leones.

Tifani guiñó otra vez con un ojo violeto. -Look at my hair- dijo otra vez en una voz chistosa. Una película tonta estaba tocando en la televisión del bus. La joven con el delantal verde pasó otra vez. -Niña, bachata por favor. Queremos escuchar bachata. Esta película es tan fea…- Paula estaba rogando en el mismo tono triste. Su cara todavía parecía a un oso de peluche. Ambar desapareció y volvió llevando una camisa diferente. Las cuatro de ellas intentaron de persuadirnos a ir hasta Chile otra vez. <<¡Chile, Chile, Chile!Todo el mundo pareció ser lleno de gente loca. El muchacho tejano todavía estaba dormido en la silla. Hasta el otro viajero bélgico estaba durmiendo. Pensé que eso sería una buena idea… yo tenía muchas ganas de descansar un poco.

En Tumbes, Perú, me bajé del bus y reflexioné sobre el largo viaje que duró todo el día. Era una noche vacía de gente en la calle de una ciudad desconocida, pero me alegró estar en un lugar tranquilo por fin. A la misma vez, iba a extrañar las amigas extrañas que estaban yendo al Chile.

Fue un tiempo chistoso e incómodo cuando dos mujeres, dos hombres que acababan de hacerse mujeres, y dos muchachos que apenas se habían hecho hombres viajaron juntos en un bus lleno de gente loca.

5: Casí se murió… un par de veces

Cuando estábamos en Quito, un autobús había pasado a toda velocidad. Un chico pendiendo de la puerta delantera gritaba adonde iba el bus <<¡Tena, Tena, Tena, TENA!>> Aquellos muchachos eran valientes. Los conductores de bus manejaban como locos, apenas parando el bus para recoger nuevos pasajeros.

Bueno, salió que Tena era otra ciudad en la selva amazónica. Algo maravilloso ocurrió un día, cuando brillaba el sol y hacía calor. Un hombre en un traje raro andaba por la acera al lado de la calle. El traje era brillante azul y morado. Por alguna razón, yo pensé que él vendía boletos de lotería. Sin embargo, él vendía algo mejor--Yogoso, delicioso y frío, sabor a coco. Y solo costaba quince centavos. Era un postre demasiado sabroso. Corey y lo comimos y volvimos cuatro veces para más.

-Esto es riquísimo- yo dije a Corey. Él asintió con la cabeza, comiendo el quinto
Yogoso. -Es demasiado… debemos hacer algo más que comer hoy.

Habiendo dicho esto, decidimos explorar las cavernas afuera de Tena. La boca de la caverna era enorme, con un río de aguas claras saliendo de la oscuridad. Yo saqué mi luz y la puse en mi frente para que pudiera usar las dos manos.

Pronto, el río estaba profundo, pero la caverna seguía adelante como un túnel negro. Había una soga que cruzaba el agua.

-¡Qué chévere!- exclamó Corey.

Yo canté la música de Indiana Jones mientras el Gigante Rojo cruzó el agua, utilizando los brazos para andar por la soga. -Haz la música para mi- yo dije. Yo crucé la soga como Jones lo haría. Mis pies se arrastraron un poco en el agua. Yo esperaba que ningún monstruo, como una langosta o pez ciego, tocara mi pie en la oscuridad. Tenía miedo de cosas que vivían sin ojos en la oscuridad.

Murciélagos aleteaban en la próxima parte de la caverna. El techo era alto, invisible en la oscuridad. Yo me pregunté cuán lejos íbamos a ir en este mundo. La única cosa que lo hizo posible para los dos humanos era la luz y sus pilas. Me di cuenta de que la luz en mi frente era como un tercer ojo.

El techo pronto era más bajo, y seguía bajándose hasta que tuvimos que agacharnos para no pegar la cabeza. Esto era una parte interesante, dondé el techo bajaba hasta que tuvimos que nadar por un túnel oscuro. Solo mis ojos y mi nariz estaban estaban sobre el agua, el resto de mi cuerpo estaba nadando en el agua oscura.

Seguimos adelante. Y entonces tuvimos que gatear, porque solamente había dos pies de espacio entre el techo de la caverna y el barro del suelo. Yo suspiré y caminaba a gatas, tratando de no rascar mi espalda contra el techo y no arrastrar mi barriga en el suelo. Yo era casi igual a los insectos o peces o salamandros que vivían ciegos en las tinieblas.

Tuve una idea. Pulsé el botón para apagar mi luz.

La oscuridad era completa. Corey estaba adelante, tratando de seguir, pero no había suficiente espacio. Yo ni siquiera vi la luz de él. Yo estremecí. ¿Cuántas toneladas de roca y tierra estaban encima de mi cabeza en ese momento? Sobre mi cabeza podría estar la selva, o tal vez la ciudad llena de gente. A ellos no le importaría mucho si unos chicos se murieran debajo de la tierra. Ellos nunca sabrían de nosotros. Imaginé como sería estar perdida en las cavernas, sin el beneficio de mi luz y sus pilas. Yo iría a tientas, intentando encontrar una ruta a la superficie. Sería imposible navegar los mucho tuneles. Yo nunca encontraría comida. Yo moriría de hambre.

Prendí la luz otra vez. -Corey, no podemos seguir. La caverna está acabado.

-Sí, tienes razón- vino la voz de él.

Encontramos nuevas cuevas mientras caminamos de vuelta al mundo de la superficie. Algunas cuevas tenían esculturas bonitas hechas de piedra. No sabía si eran estalactitas o estalagmitas… Pero yo estaba feliz que mi luz todavía tenía pilas para que yo pudiera ver en la inmensa oscuridad de las cavernas.

Ya era la noche cuando salimos de las cavernas. Con la poca luz que quedaba en el cielo, yo vi montañas en la distancia y estaba feliz. Yo no quería morirme en ese vacío negro debajo de la tierra. Sólo tenía diecinueve años, y había cosas más chéveres que hacer que morir.

Y supongo que Corey no quería morirse al día siguiente, pero…

Alguna gente tiene mala suerte con cascadas, así es mi teoría. Al día siguiente caminábamos un sendero por la selva. No muy lejos de Tena, había una cascada alta y poderosa. Cuando llegamos, queríamos escalar las rocas para llegar a la cima de la cascada.

El agua encima no era profunda, pero las rocas eran resbalientes. Las rocas debajo eran salvajes y agudas. En un instante extraño, yo me pregunté como sería si Corey se cayera.

De repente, la cosa que yo temía ocurrió. Él se resbaló. Yo, estupefacto, intenté darle la mano. Él estaba caído, acostado en el agua que movía rápido hacia la cascada. Su mano estiraba hacia mí, pero nuestras manos no se alcanzaron. Yo estaba demasiado lento- y mi amigo iba a morir. Yo iba a tener la culpa. Preguntas terribles ya flotaban por mi mente. ¿Iba a sobrevivir la caída? ¿Iban a romperlo las rocas agudas que estaban al fondo de la cascada? ¿Cómo iba yo a vivir in este país, o volver a mi país sin mi amigo?

Corey se fue. La mirada en sus ojos expresaba una profunda confusión. Él pareció sorprendido, pero no pareció tener miedo, aunque sus manos estaban intentando agarrar a cualquier cosa, como los locos tentáculos de un pulpo. La corriente del agua se lo llevó a toda velocidad hacía la orilla.

Él estaba acercándose a la orilla de la cascada. El precipicio estaba debajo de él.

En un momento impresionante, Corey agarró una piedra. Por un solo brazo, él estuvo colgando de la roca en la orilla de la cascada. Debajo de él quedaba la muerte dolorosa en las rocas negras. Pareció a Indiana Jones o la Roca, salvándose la vida en el estilo increíble de las películas de Hollywood. Corey agarró más fuerte la roca con la mano, y con la otra mano, y luchó contra la corriente del agua. Se puso a pie otra vez, todavía encima de la cascada. No estaba muerto en las rocas, cincuenta piés abajo. Su pecho estaba moviendo con su aliento rápido. Él parpadeó un par de veces y miró el precipicio.

-Caramba, Corey. ¿Estás bien?

Él asintió con la cabeza. -Quiero sentarme un rato- dijo lentamente. Él estaba aliviado. La cascada seguía haciendo su gran ruido mientras las aguas caían y golpeaban las rocas. Corey seguía vivo. Se sentó en una roca seca con una expresión pensativa en su rostro. Sus largos cabellos rojos estaban empadados.

Yo recuerdo que cuando nos bajamos por la misma cascada, antes de regresar a Tena, Corey empezó a gritar. Con su voz grande, él estaba gritando a la cascada. Tal vez estaba furioso con la cosa que casi causó su muerte. Tal vez estaba feliz por estar vivo todavía. Tal vez era un poco loco.

***

En otra ocasión, lejos de Tena, Corey todavía tenía mala suerte con cascadas. Para llegar al Valle Collanes, uno tenía que caminar un infínito sendero de barro. En estas montañas llovía mucho y realmente no se pueden ver las montañas.

En Valle Collanes, Corey y yo acampamos en una carpa pequeña. Una mañana nublada, salimos la carpa y caminamos por la lluvia fría hasta el otro extremo del valle. Todo parecía ser un sueño en este lugar. Había cascadas altísimas en los lados del valle, y encima de ellas había nieve blanca. En el suelo del valle había solo dos seres humanos, y ellos eran curiosos y un poco tontos a veces.

La meta era cruzar el acantilado, porque al otro lado, sabíamos que había un lugar especial, el Laguna Amarilla. Mientras caminamos, la lluvia se convertió en nieve. Toda mi ropa empezó a mojarse. Por alguna triste razón, nosotros estábamos llevando pantalones cortos. Fue casi imposible caminar por la nieve. Había nieve en mis zapatos, nieve en mis ojos; y en efecto, yo no estaba muy feliz. Andábamos por horas, tratando de subir la montaña, pero sin éxito.

Al fin del día, volvimos a la carpa. Allí dentro, toda mi ropa estaba empadada y fría. La montaña nos ganó ese día. -Mira, Corey- empecé a explicar a Corey. -Tengo frio. Mi ropa esta mojada. Está nevando. ¡Hay una sola cosa que hacer!- yo dije gravemente. Y yo puse mis guantes de lana en mis pies. Los guantes eran la única cosa seca. Era mejor que llevar calcetines mojados.

Al día siguiente, intentamos otra vez. La Laguna Amarilla estaba cerca, lo sabíamos. Otra vez cruzamos el suelo del valle. No había árboles, pero había plantas bajas de colores extraños. Corey dijo que el lugar parecía ser <>

Esta vez intentamos subir al lado de la cascada, porque seguramente podríamos alcanzar la Laguna así. Ese mismo agua salío de la Laguna y caía al Valle en una fuente azul y fría. No era una buena idea intentar escalar una cascada casi congelada.

Los dedos empezaron a tener frío. Otra vez estaba nevando. Otra vez, Corey resbaló cuando estaba más arriba de mí. Se deslizó por piedras y nieve, y aterrizó debajo de mí.

Yo creo que él tenía suerte también. Se cayó, pero afortunadamente no se lastimó. Me alegré por eso. Sin él, yo hubiera estado solito en un lugar aislado y muy muy frío. Otra vez, regresamos a la carpa de acampar. Nunca vimos la Laguna Amarilla, y nunca vimos las partes altas de las montañas, porque la misteriosa tormenta de nieve y neblina nunca cesaron.

Así fue que uno de los muchachos curiosos casí se murió mientras intentábamos conocer las tierras fascinantes en el ombligo del mundo.

4: Tierra y gente y el Río Napo

Yo siempre tenía muchas ganas de ver la selva amazónica. Otro viaje en bus nos trajo lejos de las montañas, y entramos el verde mundo de la selva. Palmas y plátanos pasaban por la ventana, y una película de acción con the Rock (la Roca) estaba en la televisión del bus.

Yo hablé con el arquitecto a mi lado, y Corey habló con alguién sobre el programa los Simpsons. Yo aprendí que esa catedral en Quito era la última que se construyó en Sudamérica. Corey, por su parte, aprendió que los Simpsons son sumamente populares en Ecuador.

Corey y yo nunca nos sentábamos juntos en los buses. Era mejor platicar con otra gente.

Cuando llegamos a la ciudad de Coca, también llamada Puerto Francisco de la Orellana, decidimos viajar en barco por el río. ¿Por qué no? Era barato comprar boletos porque ese barco basicamente era un bus del río, llevando a la gente a sus pueblos en la selva.

Yo me senté con adultos, niños, gallinas, un agente de policía, y el Gran Gigante Rojo por doce horas mientras el barco viajaba con la corriente del Río Napo. Era un día largo. Me gustó arrastrar la mano en el agua fresca del río.

Afortunadamente, conocimos a dos personas amistosas, Federico el argentino, y Paola la ecuatoriana. Eran varios años mayores que nosotros, e iban a visitar a un viejo amigo en Nuevo Rocafuerte. Por suerte, Paola nos invitó a hospedarnos en la casa de Don César. Si ella no hubiera hecho eso, Corey y yo habríamos tenido que acampar en el césped en frente del edificio de la policía. No habría sido muy chévere.

Desafortunadamente, alguién en el viejo barco preguntó dónde estaba el basurero, y el agente de policía respondió- Allá, el río es el basurero.

Pañales, botellas, y basura de todos tipos se arrojaba desde el barque al río. Me sentí triste, pero así era la realidad, y el río era el basurero.

Cuando se puso el sol y la selva se convertió en una oscuridad grande, alguna gente trató de encontrar su casa en la orilla del río. El conductor del barco pensó que estábamos cerca del sitio, pero no sabía por seguro. No era fácil navegar un río oscuro. No lograron encontrarlo, porque no había luz en su pueblo. Ellos tenían que seguir con nosotros a Nuevo Rocafuerte, donde había luz y electricidad hasta las diez de la noche.

Pasamos tres días con Federico, Paola, y Don César y su familia. Nos hospedamos en la casa bonita de Don César, y su esposa cocinó una cena maravillosa. El pescado del río y los plátanos fritos, llamados chifle, eran extra-sabrosos porque durante todo el día, Corey y yo no habíamos comido nada, ni una bocadita de pan que nos ofrecían Paola y Federico. No sé porque negabamos su oferta, realmente, pero me consta que valió la pena.

Y todos nosotros fuimos a acampar el día siguiente, ¡como una familia! Don César nos llevó en su canoa con motor, y acampamos en la selva. Fuimos de natación en el río, cuyos aguas eran calientes y oscuras, como muchísimo té negro. Yo vi delfines del río nadando. Ellos eran una familia también, y estaban pescando.

Corey y yo intentamos pescar también. -Pero no quiere; el pescado no quiere comer- dijo Don César, un hombre viejo y muy sabio. Él hizo sonidos curiosos para llamar a los cocodrilos. ¡Uno respondío con un gruño! Él fue el único quien atrapó pescados para la cena, y fue otra vez un banquete rico como tuvimos en su casa. Debajo de la luna, Corey y Federico cantaron canciones de Shakira y Guns n Roses.

Hicimos café usando el agua del rió Napo, lo cual ya estaba color café. Después de hervir el agua y agregar el nescafé, olía muy bien. Yo puse una grande cucharada de azúcar en mi taza de café, pensé un momento, y agregué dos cucharadas más. Me gustaba café dulce.

Los demás estaban sentados en el suelo para comer. Corey echó salsa picante encima de su pescado y arroz. Federico probó un poco de la salsa, que se llamaba ají. Súbitamente empezó a toser. -¡Dame agua! Eso no es ají, ¡es veneno!
Él vio cuánto ají estaba en el plato de Corey y le advertió- ¡Tú vas a morir, amigo! Te vas a morir!

Corey comió todo con hambre y sonrió. Yo solo puse un poco de salsa de ají en mi plato, pero Federico tenía razón- ¡era tan picante como veneno! Yo tomé un sorbo de mi café para aliviar el ardor del ají. Lo escupí con asco. Yo tenía vergüenza, ¡porque le había echado un montón de sal en vez de azúcar! Te digo que eso no sabe muy bien en su café.

La próxima mañana, yo buscaba lombrices en la tierra con Don César para utilizar como cebo en la pesca. Él utilizaba el machete como una pala para excavar la tierra. De repente yo encontré una piedra curiosamente curvada. Don César explicó que era arcilla anciana. -De los tiempos antiguos. Es arcilla horneada, y es muy duro. Se dice que trae suerte.

-Sí- dijo Paola -pero también puede ser mala suerte. Por ejemplo, tú puedes ser un jaguar en la vida siguiente.

Ese mala suerte no me pareció tan mal. Guardé el pedacito de tupperware antiguo en mi bolsillo. Por el resto del día, Don César nos enseñó los rumbos de la selva. Había hormigas que tenían sabor a limón, agua pura que salió chorreando de una especie de planta, y madera muy resistente que era buena para la construcción de casa. Don César conocía todo de la selva; era su hogar.

Paola también nos enseñó sobre la biología de la selva. Lo increíble era su sabiduria de este tema ¡en como cinco idiomas! Ella era experta sobre animales silvestres como loros, lobos del río, los delfines del río, y más. Ella sabía los nombres para un millón de especies en español, inglés, francés, portugués, y quechua.

De vez en cuando, mientras seguimos a Don César por la selva verde, Federico nos daba pruebitas de gramática en español. <> , las llamó en ingles. Enseñó a Corey las palabras tronco, palo, leña, y madera. Él la preguntó a Corey -Amigo, ¿cuáles son las palabras que hemos aprendido hoy?

-¡Troncopaloleñamadera!- gritó Corey, feliz con si mismo.

-Muy bien, mi pequeño saltamontes- dijo Federico con una sonrisa amable- Estás aprendiendo rápido. Ya hemos terminado con los <>.

Era la noche de viernes cuando volvimos a Nuevo Rocafuerte. Y por eso, hubo un baile en la Choza. Afuera había la luz de la luna y de las luciérnagas flotando en el aire. Dentro de la Choza, la música era fuerte y Corey bailaba como un loco. Federico lo miraba bailar como un pollo sin la cabeza y se reía. Yo bailé con la abuelita, la esposa de Don César. A las diez de la noche en punto, la música y las luces murieron. Entonces se prendió un generador afuera, y el baile siguió.

En la madrugada, Corey y yo tuvimos que salir en el barco. Mientras esperábamos en el muelle, Don César dijo que tendríamos que regresar algún día. Y nos recordó - No se olviden de nosotros, sus amigos en Nuevo Rocafuerte.

El viaje de vuelta a Coca, o Puerto Francisco de la Orellana, duró casi una eternidad. Tal vez dos eternidades. El barco tuvo que ir contra la corriente del río esta vez. Sin embargo, yo estaba alegre. Yo leí un poco de mi librito, Lo Mejor de Don Quixote, y admiré las nubes. El sol se hundió en la selva distante. Corey y yo estábamos logrando las metas, de que eran dos. Estábamos conociendo la tierra sudamericana, y también conociendo a la gente de esa tierra.

A veces creo que mi suerte nunca falla. Saqué del bolsillo mi pedazo de arcilla antigua. Me gustaba que por el capricho de un amigo, yo y el otro curioso estábamos aquí en el ombligo del mundo, conociendo a la tierra y a su gente.

3: El ombligo del mundo

El bus era un lugar para contemplar el paisaje por la ventana, y el pasado. Yo vi una montaña como un fantasma, Cotopaxi. Era un triángulo blanco de nieve a lo lejos, y apenas parecía real.

Mientras íbamos a un pueblo llamado Papallacta, pensé en otro acontecimiento de Quito. Hace un par de días, él estaba allá, caído en la plaza. El hombre viejo no pidió ayuda de nadie, ni hizo un sonido, ni una expresión de dolor. Su pie estaba atascado en un agujero en medio de una plaza. Él no podía levantarse. La posición del pie parecía dolorosa. Un joven pasó e intentó levantar el caido, pero no pudo. Lo dejó.

Después de un rato, una mujer pasó por allí y recogió el hombre viejo por las axilas. Él podía andar otra vez. Ellos se separaron y siguieron viviendo. Era triste ver el hombre caído porque era tan débil. Afortunadamente, existe buena gente que puede rescatarle a uno, y sacarlo de los huecos.

Cotopaxí ya no estaba afuera de la ventana. Papallacta estaba en medio de las montañas nubladas y misteriosas.

Papallacta se conoce por sus piscinas termales, llenas de agua calentada por energías volcánicas. En las piscinas, Corey y yo hicimos carreras de natación contra chicos jovenes, y platicamos con todos. Después, Corey me dijo en inglés - ‘Migo, deseo que yo hubiera prestado atención en la clase de español.

Él estaba triste porque no entendía mucho español, y hablaba menos. En ese momento, Coreycito decidió dedicarse más a aprender el idioma (como suponía hacer en la clase de español que tenía por años en la escuela preparatoria). Él quería hablar bien para que los niños dejaran de burlarse de él.

Papallacta es un lugar chiquito. En nuestro hostal, no podíamos cerrar la puerta con llave. El cuarto estaba en algún tipo de sótano, pero no me molestaba. Dejamos las cosas allí y fuimos en busca de donde comer.

El restaurante, si así se podía llamar, era perfecto. Los dueños eran un hombre y su hermana. Ellos nos invitaron a sentar en el comedor, donde una mesa pequeña estaba bajo la luz de un solo foco. El restaurante entero era el tamaño de un closet pequeño, pero se sentía como una casita buena. Yo conversé con ellos mientras cocinaban una trucha para nosotros. Corey estaba emocionado por eso. -Yo me crié en un lugar donde había muchos pescados- explicó. - Mi papá es criador de trucha. Un fish farmer.

El hombre y su hermana eran muy simpáticos. El hombre nos dijo que el planeta era más ancha por el ecuador. -Y por eso, mi país se conoce como el ombligo del mundo.

Usted tiene que imaginar la esfera de la tierra, con un ombligo que sobresale del resto, y eso es Ecuador con sus montañas. Supuestamente, Ecuador es más lejos del centro del mundo y por eso es más alto que la montaña Everest.

Yo no sabía si ese hecho era verdad o no, pero me gustaba pensar que por el capricho de un amigo, aquí estábamos los dos curiosos, merodeando por el ombligo del mundo.

2: Los dos curiosos

El vuelo fue bien, especialmente porque yo conversaba con una nueva amiga. Andrea era de Quito, Ecuador, y estaba volviendo a su hogar. Juntos, los dos mirábamos por la ventanilla y vimos una tormenta de relámpagos, destellos de energía iluminando el cielo, lo cual estaba pintado con colores de rubí y durazno por la puesta del sol.

¡Qué chévere es observar tales cosas por la ventana del avión! Especialmente cuando la persona sentada conmigo era amistosa y me enseñó nuevas palabras de su país, como “chévere.”

Aterrizamos en Quito a la medianoche. Yo estaba mirando por la ventanilla del avión, y la primera cosa que yo vi del continente sudamericano era un gran edificio de XEROX. Las letras eran enormes y rojas en la oscuridad. Eso me hizo un poco triste, pero así es la vida. Triste a veces.

Pero anduve en un taxi por la primera vez, a un hostal llamado Hostal Jonny. Tomé una pastilla para prevenir el paludismo, y escribí las palabras felices “aquí estamos” en mi diario. Yo y Corey intentamos dormir, pero fue difícil porque ya queríamos hacer todo.

La mañana siguiente, los dos salimos a la luz del sol y los ruidos de la ciudad. Quito era muy lindo, con rascacielos brillantes, parques verdes, y mucha mucha gente en las calles. Montañas color esmeralda rodeaban la ciudad, lo que me alegró mucho.

Todo era una vista maravillosa para mí. Pero, deténgase un momento para pensar la absurda vista de dos chicos forasteros cargando mochilas muy grandes, mirando cada cosa, cada rostro, cada persona y creendo que cada de aquellos es increíble. Además, imagínese que estes dos chicos caminan con torpeza porque las pesadas mochilas parecen ser las grandes espaldas de tortugas.

Así éramos, dos tortugas torpes caminando por la muchedumbre de gente normal. Corey era un gigante, casi un pie más alto que yo, con cabello rojo y largo. Yo por mi parte era bajo, con cabello rizado y con lentes. Y por eso, los dos chicos curiosos en una tierra nueva, éramos Gran Gigante Rojo y el Rizo con Cuatro Ojos.

Empezó a llover ese día en Quito. Decidimos entrar la catedral basílica para escapar la lluvia. Pero desde afuera yo no pensé que la catedral no era muy intersante. Solo era un gran edificio de color gris. A dentro era muy lindo, con vitrales colorados por todas partes.

Uno va aprendiendo mucho por solo caminar por la calle y ver nuevas cosas en nuevos lugares.

En los tres días que pasamos en Quito, apreciamos la catedral, nos subimos una montaña alta y fría llamada Rucu Pichincha, y compramos empanadas y papayas en un mercado. Casi de inmediato me di cuenta de que comida sudamericana es muy sabrosa. En un restaurante, el dueño me dio la mano y se presentó. Él nos enseñó que Quito era raro, realmente tenía solo dos temporadas, primavera y otoño. Pero siempre era bonito.

Una tarde estabamos descansando en el dormitorio del hostal donde nos hospedábamos. De repente, Corey se dio cuenta de que estábamos muy lejos de casa. Todo era diferente, pero a la vez, no tan diferente. Él prendió la televisión, y allá en la pantalla cantaban los Red Hot Chili Peppers. Aunque la ciudad de Quito pareciera otro mundo, había muchas de las mismas cosas.

En el bus, cuando salimos de la ciudad, una canción familiar tocaba en la radio. Era una canción de Cat Stevens.

-¡Es Gato Stevens!- Corey tradujo orgullosamente. Los dos reimos por su traducción no necesaria. Así era la vida viajando con Corey. Ninguno de los dos tenía un plan, realmente. Solo íbamos en pie o en bus, en barco o en bicicleta, sin agenda, sin destino concreto.

El bus iba para Papallacta, un pueblo en las montañas. Íbamos allí porque un hombre suizo, a quien conocimos en la cima de la montaña Rucu Pichincha, nos dijo que Papallacta era una aldea chévere con aguas termales.

Allí estaba yo, asomando por la ventana otra vez, un chico curioso viajando por el capricho de un amigo.

1: El capricho de un amigo




¿Dónde estaba el pasaporte?

¿Dónde estaba el pasaporte?

¿Dónde estaba el pasaporte?

El apartado postal estaba tristemente vacío. Entonces cerré la puerta chiquita y la abrí otra vez. No, estaba vacío todavía.

¿Dónde podía estar ese pasaporte? Era la única cosa que yo necesitaba para mi gran viaje del verano, y no la tenía. Lo imaginé, un documento cuadrado con una foto de mi cara, unos pedacitos de papel. Ese papel era tan importante. Yo no podría volar sin el permiso de ese pasaporte.

Empecé a preocuparme. Yo ya tenía el boleto de avión. Lo tenía porque hace seis meses, en medio del año escolar, un viejo amigo de Mammoth me llamó. -¿Quieres ir a sudamérica?- me preguntó casualmente.

-Eh, tengo que pensarlo…- yo había dicho. Y al principio, nunca pensé que el viaje iba a pasar.  La mamá de Corey me llamó también. Me dijo que yo tenía que ir, porque su hijo loco no podía ir solo. Era cierto. Corey era un loco; muy amistoso, pero muy loco.

Entonces pensé ¿por qué no? Compré un boleto para volar hasta Ecuador y quedarme allá por cinco semanas. Con un pelirrojo loco llamado Corey.

Él era mi amigo de la escuela secundaría. Cuando hicimos el plan de viajar, estábamos en medio del  primer año de la universidad, yo en San Diego y Corey en Santa Cruz.

En Mammoth, nuestro pueblo natal y hogar de siempre, había mucho espacio y poca gente. Cuando yo era niño, no había cerca ni muro alrededor de mi casa. El mundo del vecindario era libre, con muchas montañas, rocas, y un columpio en un pino alto. Todo esto era formaba un gran lugar para jugar y explorar. Yo y mis amigos siempre íbamos imaginando aventuras en los veranos calientes y también en los inviernos nevados. Yo excavaba muy buenas cavernas en la nieve profunda. A veces construímos fortalezas de nieve, y porque nosotros éramos niños y todo el mundo era interesante, nunca teníamos frío.

Y Corey, pues, él vivía afuera del pueblo de Mammoth, en una casa cerca del criadero de peces donde trabajaba su padre. Era neCésario tener mucha imaginación viviendo por esas partes, porque no había tanto que hacer. Sin embargo, era un lugar maravilloso- la puestra del sol tras las montañas siempre era lindísima.

Y mi mente ya estaba llena de aventuras imaginadas sobre Ecuador, con sus montañas verdes y selvas grandes. En ambos lugares vivían gente interesante. Yo estaba emocionado para el viaje.

Pero, ¿adónde habría ido aquel pasaporte? Yo temía que tendría que cancelar el vuelo y Corey tendría que andar solito en Sudamérica. El pasaporté se perdió por correo. Se lo mandaron al otro extremo de los Estados Unidos.

Al fin y al cabo, me fui de Mammoth a la casa de mis abuelitos en Los Angeles, esperando que el pasaporte llegara allá a tiempo.  Una mañana, recogí el pasaporte de un centro de FedEx en ruta al aeropuerto, en el último momento posible. Yo suspiré felizmente cuando por fin tenía el pasaporte en la mano.

A veces creo que mi suerte nunca falla- pensé mientras me subí al avión.