Sunday, October 4, 2009

2: Los dos curiosos

El vuelo fue bien, especialmente porque yo conversaba con una nueva amiga. Andrea era de Quito, Ecuador, y estaba volviendo a su hogar. Juntos, los dos mirábamos por la ventanilla y vimos una tormenta de relámpagos, destellos de energía iluminando el cielo, lo cual estaba pintado con colores de rubí y durazno por la puesta del sol.

¡Qué chévere es observar tales cosas por la ventana del avión! Especialmente cuando la persona sentada conmigo era amistosa y me enseñó nuevas palabras de su país, como “chévere.”

Aterrizamos en Quito a la medianoche. Yo estaba mirando por la ventanilla del avión, y la primera cosa que yo vi del continente sudamericano era un gran edificio de XEROX. Las letras eran enormes y rojas en la oscuridad. Eso me hizo un poco triste, pero así es la vida. Triste a veces.

Pero anduve en un taxi por la primera vez, a un hostal llamado Hostal Jonny. Tomé una pastilla para prevenir el paludismo, y escribí las palabras felices “aquí estamos” en mi diario. Yo y Corey intentamos dormir, pero fue difícil porque ya queríamos hacer todo.

La mañana siguiente, los dos salimos a la luz del sol y los ruidos de la ciudad. Quito era muy lindo, con rascacielos brillantes, parques verdes, y mucha mucha gente en las calles. Montañas color esmeralda rodeaban la ciudad, lo que me alegró mucho.

Todo era una vista maravillosa para mí. Pero, deténgase un momento para pensar la absurda vista de dos chicos forasteros cargando mochilas muy grandes, mirando cada cosa, cada rostro, cada persona y creendo que cada de aquellos es increíble. Además, imagínese que estes dos chicos caminan con torpeza porque las pesadas mochilas parecen ser las grandes espaldas de tortugas.

Así éramos, dos tortugas torpes caminando por la muchedumbre de gente normal. Corey era un gigante, casi un pie más alto que yo, con cabello rojo y largo. Yo por mi parte era bajo, con cabello rizado y con lentes. Y por eso, los dos chicos curiosos en una tierra nueva, éramos Gran Gigante Rojo y el Rizo con Cuatro Ojos.

Empezó a llover ese día en Quito. Decidimos entrar la catedral basílica para escapar la lluvia. Pero desde afuera yo no pensé que la catedral no era muy intersante. Solo era un gran edificio de color gris. A dentro era muy lindo, con vitrales colorados por todas partes.

Uno va aprendiendo mucho por solo caminar por la calle y ver nuevas cosas en nuevos lugares.

En los tres días que pasamos en Quito, apreciamos la catedral, nos subimos una montaña alta y fría llamada Rucu Pichincha, y compramos empanadas y papayas en un mercado. Casi de inmediato me di cuenta de que comida sudamericana es muy sabrosa. En un restaurante, el dueño me dio la mano y se presentó. Él nos enseñó que Quito era raro, realmente tenía solo dos temporadas, primavera y otoño. Pero siempre era bonito.

Una tarde estabamos descansando en el dormitorio del hostal donde nos hospedábamos. De repente, Corey se dio cuenta de que estábamos muy lejos de casa. Todo era diferente, pero a la vez, no tan diferente. Él prendió la televisión, y allá en la pantalla cantaban los Red Hot Chili Peppers. Aunque la ciudad de Quito pareciera otro mundo, había muchas de las mismas cosas.

En el bus, cuando salimos de la ciudad, una canción familiar tocaba en la radio. Era una canción de Cat Stevens.

-¡Es Gato Stevens!- Corey tradujo orgullosamente. Los dos reimos por su traducción no necesaria. Así era la vida viajando con Corey. Ninguno de los dos tenía un plan, realmente. Solo íbamos en pie o en bus, en barco o en bicicleta, sin agenda, sin destino concreto.

El bus iba para Papallacta, un pueblo en las montañas. Íbamos allí porque un hombre suizo, a quien conocimos en la cima de la montaña Rucu Pichincha, nos dijo que Papallacta era una aldea chévere con aguas termales.

Allí estaba yo, asomando por la ventana otra vez, un chico curioso viajando por el capricho de un amigo.

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